Drawing

And you know she was.



Hay más de 190 países en el mundo y, casualmente, me tocó vivir en uno en el que tú no estabas. ¿Que si me costó dar contigo? ¿No resulta obvio? Sin saber tu nombre, ni tan siquiera cual era el color de tu piel, salí en tu búsqueda. 

Cada día me preguntaba cual era el color de tus ojos. Pensaba en si te gustaría el color azul o el amarillo. Me llegué a replantear la idea de que estaría solo para siempre, que no te encontraría. Pero lo hice, ¿no? Lo conseguí. Muchos dicen que estaba completamente loco. Me llegaron a señalar con el dedo en Costa Rica, e incluso me denegaron la entrada en Birmania. Decían que no era sano, que estaba loco, que debían encerrarme en un manicomio, que lo que perseguía no existía. Ya, porque pocas veces se ve con tanta nitidez a la persona a la que amas.

Dormido, hará ya más de diez años, pude ver dibujado tu rostro. Con un delicado trazo, sombras que mostraban tu belleza y humanidad. Sobre un fondo blanco con trazos negros, allí estabas, tan inconfundible como ninguna otra vez. Unos ojos grandes, una nariz menuda y unos labios asimétricos. Una media melena ondulada, quizás un poco oscura, no lo pude saber, pero según los trazos y el difuminado del carboncillo debía serlo. Tenías una sonrisa asombrosa, amplia sin que se te vieran los dientes. Me enamoré de tu transparencia, de esa mirada que me dejaba ver tu alma. Y quería preguntarte cosas. Nada más despertarme te dibujé. Me dije que allá a donde fuera preguntaría por ti. Mostraría aquel retrato para encontrarte.

Cada día, en este viaje, cerraba los ojos y me preguntaba cuál sería tu comida favorita, si te gustarían las croquetas y montar en patines. Las cosas que se me pasaba por la cabeza.

Y ese último año que pasé buscándote me rendí. Me pregunté por qué, ¿por qué yo lo había dejado todo por buscar algo tan intangible? Me di cuenta de lo que estaba buscando: un dibujo. Un rostro cada vez más difuminado. El papel estaba arrugado de todas las veces que ha sido guardado en mi bolsillo.

En una cafetería en el Mount Buller de la ciudad de Victoria (Australia) alisé tu retrato y me quedé observándote. Me quedaban pocas ciudades y pueblos en los que buscar. Sentía como aquel sueño que un día abracé se esfumaba por completo y me quedaba desnudo. Me sentía tan impotente que no sabía qué hacer a continuación. ¿Debía proseguir hasta haber terminado y no encontrarte? ¿Tenía que desistir? ¿Volver a casa? Pero ya no sentía mi casa en ninguna parte, no pertenecía a ningún lugar.

Así que salí para volver al hotel y seguir meditando mi próximo paso. Comenzó a nevar y la gente empezó a desaparecer. Se metían en cafeterías, en la estación de esquí... Yo seguí caminando entre los copos de nieve, el frío me despejaba la mente. Y entonces, como si fuera el final de una película, alcé la vista y te vi. Estabas esperando el autobús, muerta de frío. No esperabas aquella nevada, igual que yo. Me quedé de piedra. Saqué con dificultad el dibujo, lo miré y después a ti. Eras tú. Estaba viendo por primera vez esa pequeña nariz con punta redonda sonrosada por el frío. Tu tez canela y tu melena oscura. Quería acercarme. Quería presentarme, conocerte al fin. Guardé tu retrato y me proseguí mi camino. Ya nada podía detenerme. Estabas allí, bajo la nevada. Estabas allí, por fin. Te había encontrado.



"I wish I was beside you".

Vía Tumblr.

Esta historia podría haber acabado de dos formas. Pero el final que he escogido es este.


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