Real no real

Él estaba sobre la colina. Sus ojos se dirigían hacia mí, y esa sonrisa encantadora me animaba a subir. A quien pudiera decirle que me enamoré al fin, créeme, nadie se lo veía venir. Había algo en él que me hacía tener ganas de vivir. Era como si el interruptor de la oscuridad se hubiera fundido, y aunque mi interior necesitara unos segundos de sentir lo que sentía antes de conocerle, no había manera de ponerlo en marcha. Y por una parte estaba encantada. Jamás en mi vida me había sentido así de viva. Una extraña sensación acogedora me inundaba, como si una ola de calor se paseara por mi cuerpo. Y no te voy a mentir, me gustaba. Notar como sus manos se apoyaban en mis hombros y bajaban hasta mis manos, y como sus labios besaban mi cuello. Yo cerraba los ojos para intentar recordar cada una de las sensaciones que me recorrían. 
Allí seguia, en la colina esperándome, alzando su brazo hacia mí para que le cogiera de la mano al llegar. Pero mis pies no se movían, se quedaron petrificados en el suelo. Y una sensación de pánico me inundó de repente. Su mirada cambió, ya no era dulce ni estaba repleta de amor. Su sonrisa se desdibujó, cambiándola por una mueca desagradable. No dijo nada, simplemente se quedó parado, con los brazos pegados al cuerpo y miró hacia el horizonte. Sentí como si miles de espinas se clavaran en mi pecho, derramando sangre. Él dio un paso para alejarse de mí y lo perdí de vista. Lo que antes parecía un paraíso ahora se tornaba de un color oscuro, rojizo por la sangre, y desolado. El mundo dio un giro, y caí de bruces mareada. Las vistas cambiaron: no había rastro de ninguna colina, y mis manos estaban manchadas de sangre. Alcé la vista y contemplé la habitación que me resultaba familiar. El suelo tenía un reguero de sangre, y las cortinas estaban salpicadas. Sentí un quemazón en vientre, me levanté la camiseta empapada y allí vi una herida de la que no paraba de brotar mi propia sangre. Intenté ponerme en pie, pero mis piernas no tenían fuerza para levantarme. Escuché un ruido proveniente de la habitación de al lado. Unos pasos se acercaban cada vez más hasta que él abrió la puerta. Me miró y no dijo nada, simplemente se quedó allí plantado mirándome morir. Le miré suplicante, pero su mirada de reproche seguía allí junto con sus brazos cruzados. De repente, la estancia dio un giro de 180 grados, mi cabeza dio vueltas hasta que me quedé tumbada mirando hacia arriba y cerré los ojos. La sensación cambió. Ya no sentía miedo, ni dolor ni quemazón. Abrí los ojos y solo vi oscuridad. Al otro lado habían murmullos, llantos, pasos que se acercaban y se alejaban. Intenté moverme, pero era imposible hacerlo. El aire olía a madera, a barniz y a cerrado. Cualquier sentimiento o sensación que pudiera sentir se alejaba tan rápido como aparecía. Y de repente todos se callaron. Una persona hablaba y las demás escuchaban. Sollozos. Y una voz que reconocía a la perfección: Mi madre. Hablaba de mí, en pasado, en presente. Escuché unos golpes cercanos. Y de repente una palabra no dejó de sonar en mi cabeza: muerta.

Un golpe me despertó. Estaba enrollada entre las sábanas con la cabeza en el suelo y las piernas sobre la cama. Mi corazón parecía que iba a explotar. Estaba sudando y me temblaban las manos. Me senté en el suelo e intenté tranquilizarme. Respiré hondo. Estaba viva.

"Maybe our dreams are our real life".





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