You

No puedo dejar de mirarte al otro lado de la mesa. Y sonrío. Sonrío al ver que, después de tanto tiempo, sigues ahí frente a mí. Observo cómo dibujas una sonrisa que deja entrever tus dientes. Esos dientes irregulares que cuentan tantas cosas de ti. Tu pelo, que cae hacia el hombro, un rubio perfecto que, a La Luz del sol, parece que brille. Y yo me pregunto cómo puede ser eso. Cómo puede ser que a medida que pase el tiempo quiera pasarlo más contigo. Tus manos se enredan entre ese mechón rebelde que no quiere ponerse tras tu oreja. Y me haces reír. Entre tanta gente hablando logramos hablarnos sin decir nada. Tan solo con la mirada. Observo cómo bebes el café. Cómo tu piel se relaja tras el sorbo y te quedas mirando la taza en la mesa. Y aquello me hace recodar el primer momento en el que te vi, en el que nos conocimos. 

Volvía de trabajar, pero no quería ir a casa. Ir allí era entrar en un jungla, y con todos los peligros que acechan en una real. En el trabajo las cosas no iban mejor. Y me sentía fuera de aquel mundo que había construido a mi alrededor. Así que dejé que mis pies me guiaran, que mi cabeza parara de pensar, y acabé en la puerta de una cafetería que jamás había visto por allí. Entré. Si estaba allí es que debía entrar, no iba a volver por donde había venido. Huía de aquello. Pedí un café con leche y una magdalena de chocolate. Me senté en una mesa cerca del gran ventanal, y observé durante demasiado rato cómo la gente paseaba y no se daba cuenta de que el tiempo pasaba muy deprisa. Reparé en mi despiste. En que el café ya estaba frío y que había destrozado la magdalena con mis dedos. 
Qué desastre susurré.
Levanté la vista, y allí había otra persona que se había quedado mirando fijamente por la ventana. Removiendo su taza de café, con un trozo de tarta, puede que de zanahoria, o calabaza. No lo sé. Tenía apoyada su cabeza sobre su brazo. Sus ojos, tan claros como el cielo de aquella tarde reflejaban la luz que entraba por el ventanal. Su pelo rubio le caía como una perfecta cascada sobre su hombre y se le rizaba por las puntas. Tras echarle un trago a su café, levantó la mirada y vio en que le estaba mirando. Y sonrió. Una perfecta sonrisa que provocó que me enrojeciera al instante. Entonces volví a prestar atención a mi taza de café que seguía tan fría como antes. Intenté terminármela rápido, pero notaba que unos ojos me observaban. Al mirar hacia delante, esos mismos volvieron a mirar a su plato y su taza. Con una media sonrisa que me contagió. Me moría de vergüenza. 
   Tras aquel momento de pensar si volver a levantar la mirada o irme corriendo de allí, escuché cómo se levantaba y pasaba por mi lado dejando una servilleta de papel. Me quedé petrificada durante un segundo. No me atrevía a cogerla. A desdoblarla. Cuando escuché la puerta cerrarse. Desdoblé la servilleta: "¿Quedamos mañana a la misma hora?, A". ¿Qué? ¿Mañana? ¿A la misma hora? ¿Qué se supone que es esto? ¿Una broma? La verdad es que me daba un poco de miedo. Pero era yo la que le estaba mirando mientras él observaba por la ventana. Era yo la que observé cómo se le fundía el pelo en el jersey. Era yo quien me quedé boquiabierta durante gran parte de la tarde mirándole. Así que era yo la posible psicópata aquí, no él. Al día siguiente, me planteé no ir. De verdad. Pero una fuerza descomunal me obligó a ir, a pedirme otra taza de café, que probablemente se me quedara fría, y una magdalena de chocolate. Y me volví a sentar en el mismo sitio que ayer. Pero él no estaba. Quizás fuera más tarde. O quizás no iría. En aquel momento me sentí como una verdadera idiota. Pero aquel lugar tenía como magia, no sé cómo explicarlo. Las horas pasaban tan rápido que el café se me volvió a enfriar, y cuando me volví a dar cuenta, en frente mía, se sentó aquel chico de sonrisa perfecta. Me sonrió y me cambió su café. Que no le importaba si estaba frío, es más, a él le gusta más así. Y se llama Álex. Yo no es que estuviera nerviosa, es que me podía dar un ataque en cualquier momento. Pero lo llevé bien. Solo que hasta el final de nuestra tarde no me había dado cuenta de que no le había dicho mi nombre. 
Val.
¿Val? ¿Sin más?
Bueno, no es Valentina, pero nadie me llama así. 
Pues es muy bonito para que nadie lo use. 
Gracias. Mi madre dice lo mismo.
Y fue entonces cuando me di cuenta. Sus ojos brillaban más cuando miraba fijamente a los míos. Y no quería que se apartaran, jamás. Quería seguir viéndolos brillar. Quería seguir siendo la causa de su sonrisa. 

Desde entonces. Desde entonces nos sentamos en aquella mesa de la cafetería y nos pasamos horas hablando de nuestra vida, de nuestros proyectos. E incluso allí fue donde empezamos a planear nuestro futuro juntos. Quizás suene a cuento de hadas, quizás lo sea. Pero es así. A veces me pregunto si al tocarle el rostro se desmaterializará, si no será producto de mi imaginación. Pero luego le escucho reír y sé que esa risa es tan real como aquel primer contacto. Como aquella servilleta de papel. 

"You were looking outside, and I was looking at you"

Vía Pinterest

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