Demise

Todo estaba demasiado tranquilo. Demasiado. Incluso llegué a pensar que estaba sola. Pero esa mirada me atravesaba el alma en la oscuridad. Sus finas uñas atravesando las capas de mi epidermis no me hicieron llorar. Sus puntiagudos dientes desgarrándome el cuello no me hicieron gritar. Porque no sentía nada. Tanto mi final como mi principio estuvieron milimétricamente confeccionados para que fueran tal y como se recuerdan. Y por eso no sentí nada. Porque lo tenía asumido. Mi cuerpo sabía que iba a morir. Que dejaríamos de sentir en ese preciso momento. Y así fue. Pero no del todo, siempre hay algo que se escapa entre la mirada de los extraños. Una en particular. 

Doce horas antes de aquel inevitable final, por fin me atreví a hacer lo que nunca imaginé que haría. Lo que jamás pensé que podría lograr. En realidad es una estupidez, pero para mí era un mundo. Un grupo de amigos fuimos a un karaoke. Nunca antes había ido, me aterraba ser el centro de atención. Y más, después de empezar a tontear con el chico de mi oficina. Después de que aceptara un café. Y de ese primer beso fuera de lugar, y las risas que le siguen. Allí estábamos, a una rodilla de distancia, escuchando a los demás elegir sus canciones. Y yo negándome a salir delante de todos a estropear una de ellas. Pero insistían. Incluso él. Decía que quería escuchar mi voz, que seguro que cantaba muy bien. Y, tras esa sonrisa que me deja sin aliento, no pude seguir diciendo que no. Así que me levanté, me dirigí hacia el escenario y pedí Sleeping in my car de Roxette. Y, aunque lo hice de pena, aquel grupo de personas que me querían, lo dieron todo conmigo sobre el escenario, y me hicieron sentir bien, sonreír como no lo hacía desde hacía tiempo. Y no le vi, pero, entre toda aquella gente, había una persona en particular que no dejó de mirarme desde aquel preciso instante. Sentí cómo el vello de mi nuca se ponía de punta, y no entendía por qué. Me asusté, pero seguí cantando. Quizás fuera la emoción del momento. Quizás. Al volver a la mesa, aquel chico que me hacía temblar me recibió con un beso y un tenía razón, sin olvidarnos de su espléndida sonrisa.

La noche se alarga. Demasiado tal vez. Yo quiero ir a casa, pero entre todos me vuelven a convencer para que siga un poco más, para que entremos a otro sitio, para que tomemos una copa más... Y así hasta la madrugada. Hasta que llegamos al parking y solo quedábamos él, yo y dos coches más. En el momento en el que entro en el coche lo siento. Siento de nuevo esa mirada. Y ese escalofrío. Un dejavú. Se ha dejado la cartera en el último sitio en el que hemos estado, pero le llaman por teléfono, un amigo la tiene, y se va a la esquina a recogerla. Me quedo sola. Completamente. Y las luces comienzan a parpadear. Los minutos corren. Y no aparece. Miro por el camino por el que se ha ido, pero nada. Salgo del coche y le llamo. Nadie contesta, solo el viento. Y las luces se las farolas de mi alrededor se apagan a la vez, dejando el lugar en la más absoluta oscuridad. Un ruido me hace darme la vuelta. El viento trae consigo un olor a óxido. Se me pone el pelo de punta. Intento sacar el móvil del bolsillo, pero se me cae al suelo. Y me quedo petrificada. Aquello ya lo he vivido antes. Lo siento tan vivo en mi piel que lo sé. Pero, ¿cómo? Escucho un par de pasos a lo lejos. Doy vueltas sobre mí, sin moverme del sitio. Aterrada. No sale nada de mi garganta. Y me quedo quieta. Y vuelven los pasos, más seguidos, sin detenerse. Me tapo la boca con la mano, y noto las lágrimas recorriéndome el rostro desesperadas. Un sonido. Un sonido como de metal roza el suelo. Y se acerca hasta mi posición. Mi cuerpo no responde a mis órdenes. Mis manos no quieren abrir la puerta del coche de nuevo. Mi cuerpo no quiere huir. Mi cuerpo está aceptando la situación. Pero mi mente no. Mi mente piensa demasiado deprisa. Me mareo. Y ese hedor vuelve a mí. Más cercano. Más intenso. Y me dan ganas de vomitar. Y el sonido de una segunda respiración entra en mi zona de seguridad. Unas manos desconocidas me empujan hacia el coche, golpeándome la cabeza contra él. Y rozo el suelo con mi cuerpo al caer. No siento dolor. No noto la sangre de mi cabeza recorrer mis dedos al tocarme. Y escucho cómo golpea el asfalto con aquel metal varias veces antes de golpearme en las piernas con él. Y tampoco siento nada. Y sus manos me rompen la ropa. Y su aliento choca contra mi piel. Intento ponerme el pie. Golpearle. Gritar. Pero no soy dueña de mi cuerpo. Mis órdenes no son nada en esa situación. Mi cuerpo no quiere huir. Mi cuerpo solo quiere que aquello termine cuanto antes. Que no duela. Que no me duela. Y sus manos se hunden en mi piel, hasta desgarrarla, hasta hacerla trizas. Su repugnante saliva y mi sangre se entremezclan. Y sus dientes despedazan partes de mí hasta verlas esparcidas por el suelo. Pero no siento dolor. No siento nada. Ni frío. Ni tampoco calor. Tampoco siento cómo me pisa la cabeza con sus botas. Ni cuando golpea mi vientre. Ni cuando... Nada. No siento nada. Y, entonces, entreveo unas luces que golpean la pared vieja de aquel abandonado local. Entre la sangre que se cuela en mis ojos las veo, e incluso sonrío. Sonrío porque aquello ha terminado. Escucho sus pasos alejarse. Le escucho correr. Y de repente dejo de oír. Dejo de ver luces centelleantes. Y la nada viene a mí. La nada me recoge. Me reconstruye. Y me deja en un nuevo lugar. Lejos de todo. Lejos de todos. Incluso de los recuerdos. 

"Darkness turned into my personal nightmare".

Vía Pinterest.

Comentarios