Weightless

No importa lo que pase, lo que suceda, puedo salir de esta. Abrir la puerta y surcar los pensamientos que me aterraron. Soltar la carga por la borda y navegar más ligera. Claro. Sencillo suena. 

Hace doscientas lunas que nos alejamos de la tierra. Doscientas lunas que nos separan de la libertad eterna. Unos piratas abordaron nuestro barco y somos sus prisioneros. Qué mala fortuna la nuestra. Tan solo íbamos a dar víveres a unos pueblerinos que se habían quedado sin hogar unas cuantas leguas de nuestro hogar. Se quemaron sus casas y sus cultivos se convirtieron en cenizas. Y, por culpa de estos seres, amigos y compañeros de viaje morirán antes de ver otro invierno. 

Dormimos en la bodega. Apiñados por el frío del mar. Hablamos de la rebelión. De enfrentarnos al Capitán. De quitarle su corona de paja y devolver lo que se nos ha robado. Nuestra libertad, y la vida. Pero la mayoría de hombres están asustados. Quieren volver con sus familia. Les entiendo. Pero yo no tengo nada que perder. Nada después de aquel terrible incendio. 
    Escuchamos cómo pretenden matarnos. Tirarnos de uno en uno a las profundidades de aquel ancho y profundo mar. Darnos como tributo a los Dioses. Esos Dioses que se han olvidado de nosotros, dejándonos al amparo de la mala suerte. Si Niördhr o AEgir quisieran, ya estaríamos en casa. Pero no. Nuestros Dioses quieren que nos las apañemos a solas en esta interminable aventura. Una tempestad en el momento oportuno podría darnos la ventaja que necesitamos. Unas nubes mal alineadas. Un viento frío y cálido que se encuentren en las alturas y... sería el momento justo. Podríamos liberarnos. Lucharíamos contra los monstruos del mar en su forma humana. Y, así, es más sencillo. Con un poco de hierro a la luz del sol sobre su débil piel podríamos librarnos de ellos fácilmente. Y para ello tenemos que hacer que nos dejen salir. Coger las espadas del fondo de la bodega. Y luchar contra ellos hasta que caiga el Capitán y devolverle al mar la calma que se merece.

Ya está decidido. Saldré al amanecer. Mis compañeros intentan detenerme, pero también me enfrento a ellos sin causarles daño. Saben que pronto comenzaremos a morir. Que hace semanas que los alimentos se empezaron a terminar. Y que racionar lo que nos queda solo servirá para empezar a morir más lentamente y en lamentos. 
    La luz del sol me quema las retinas. Tanto tiempo sin ver el sol, su resplandor, el olor a mar salpicado por sus rayos... Una sonrisa se me dibuja en el rostro, sin quererlo. Mis manos sienten la espada con más fuerza. Cada uno de mis músculos se siente preparado para lo que se avecina. Mis células se alinean para la batalla. El Capitán se acerca a mí con mirada altiva, pidiéndome que vuelva al lugar al que me corresponde. Pero yo le respondo que jamás, antes de desenvainar la espada de hierro que me separa de mi libertad. Le cojo por sorpresa. Pero se pone a la defensiva cuando le golpeo en la rodilla. Otro golpe más y le desestabilizo. Los demás piratas observan, aterrados por el arma y la persona que la sostiene. Sin protección, ambos estamos ante la misma suerte. Pero cada jugador tiene sus habilidades, y desventajas, por supuesto. Así que me concentro en las mías, en lo que me convirtió en tripulante de este tipo de navíos. Y, tras estocadas, caídas y heridas, vi cómo el Capitán Pirata que nos usurpó el barco caía ante mis pies. Su tripulación me observaba, murmurando términos en una lengua casi inventada. Se alejaban de mí y de mi espada llena de sangre. Me enfrento a ellos con la mirada y sueltan sus armas frente a mí. 

Somos libres. Lejos de casa, pero libres. Mis compañeros salen, por fin, bajo el sol de nuestro amado mar. El capitán del barco se pone al mando, y veo cómo sus ojos se tornan rojos a medida que siente la madera bajo sus manos. Cada uno a sus puestos, listos para las nuevas órdenes de volver a casa.


"I need the strength to bring us home".



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