Infection

Hace días que la gente no sale de sus casas. Al mirar por la ventana solo se ven los grises edificios y la escalofriante ciudad sumiéndose en cenizas. No recuerdo cómo llegamos a esto. No me acuerdo. Pero no fue hace tanto. 
Creo.


La gente comenzó a correr. Compraba todo lo que podía del supermercado. El agua embotellada se terminó en tan solo una mañana. La gente pensaba que se acababa el mundo. Corría por la calle como si la vida le fuera en ello, mientras yo solo caminaba como cualquier día. La gente se chocaba, dejaba los coches en marcha mientras entraba a comprar en la farmacia. Los niños gritaban mientras sus padres les agarraban del brazo con fuerza mientras salían corriendo hacia sus casas. Mucha gente se quedó atascada en sus coches al querer salir de las ciudades. Mucha gente salió herida de peleas callejeras por un simple trozo de pan. La gente estaba desatada por una noticia de la tele. Una noticia que corría por todos los medios de comunicación y por las redes sociales. Pero no solo era eso. La noticia iba con un subtítulo claro: Todos vamos a morir

Íbamos a morir y no sabíamos cómo. ¿Cómo podían estar tan seguros? ¿Qué era eso de que íbamos a morir? ¿Qué era lo que nos iba a matar? La Tierra estaba perdida desde hacía mucho, eso era algo obvio. Todos sabíamos que nuestra hora estaba cerca, pero, desde que esa noticia surgió, el pánico había entrado en nuestras vidas. Y no sabía que daba tanto miedo el fin del mundo. Lo sentí. Sentí como el pánico empezaba a formar parte de la mía, aunque no lograra entenderlo, porque el pánico no tenía por qué cundir. No podía ser verdad. Así que continué con mi vida, continué con mi día a día. Hasta que lo vi. 

Muchos pensábamos que nos vendían humo, que eso de que la humanidad se acababa era mentira, que estaban exagerando. Pero ojalá hubiera sido así, de verdad. Ojalá. Porque ver cómo la gente muere frente a tus ojos en el metro, no es nada agradable. Ver, cómo una niña le muerde el brazo a su madre en el supermercado con los ojos blancos, no es agradable. Mi mente entró en colapso aquella mañana. Quería salir de aquel vagón como fuera, pero no podía cundir el pánico, no podía. Teníamos que ayudarnos unos a otros, no intentar matarnos todos bajo tierra. Así que pedí silencio. Pedí calma. Y ojalá me hubieran hecho caso. Ojalá. Porque muchos murieron allí abajo. Muchos. Los cuerpos de la gente me aplastaba. Quedé atrapada entre personas que antes respiraban y ansiaban volver a salir vivas de allí. Menos mal que el conductor tenía la puerta cerrada. Y menos mal que la gente tardaba en volverse majara. Menos mal que aún había tiempo de salir de allí con vida. 

En cuanto el metro se detuvo en la estación, esperé a que aquellos muertos que habían vuelto a la vida salieran a buscar otras personas a las que morder. Después salí, atemorizada, con la respiración tan agitada que pensaba que me iban a encontrar para descuartizarme. Por el rabillo del ojo vi a alguien que salía del metro: el conductor. Estaba tan aterrado como yo, salió corriendo como pudo de allí, casi gritando. Volví la vista atrás y cerré la puerta de mi vagón. Quise cerrar las demás, porque así no tendríamos que preocuparnos por ellos más tarde, estarían encerrados, ¿no? Pero al acercarme a la tercera puerta, algo se movía, y me tropecé al retroceder. Salí corriendo, subiendo por las escaleras mecánicas al exterior. Y no pensé. No pensé en que en el exterior las cosas estaban mucho peor. Algunos coches ardían junto a los edificios. Se escuchaban gritos de auxilio. Las sirenas de los bomberos y de la policía se fusionaban en mi mente y me daban ganas de vomitar. Mirar al suelo significaba ver muertos por todas partes, ver como gente que antes hacía su vida normal, ahora estaba convertida en cadáver. Lo peor, que después, todas esas personas se levantarían para seguir con el trabajo de las otras que les provocó la muerte. Sí, y yo estaba de pie en el campo de batalla. Tenía que huir. Tenía que volver a casa. 

Y sí. Desde casa todo se ve igual. Muerte. Incendios. Muertos que deambulan por la calle. Y la comida se acaba. El agua está en las últimas, y no llueve. De mi edificio solo hemos quedado nueve. No sé si mi familia sigue con vida. No podemos contactar con nadie. Nada funciona. Ni la radio. Nada. No nos atrevemos a salir de casa. Por la noche se escuchan ruidos escalofriantes que no nos dejan dormir. Los gruñidos se amontonan en el portal, y no hemos encontrado la salida del fin del mundo. No queremos unirnos a ellos, pero poco nos queda para hacerlo. Espero que no terminemos matándonos unos a otros. Espero que podamos encontrar otra salida. 

"Nothing is gonna change that you're all already dead".

Vía Pinterest.


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