Feminism

María es valiente.

María sonríe enseñando sus dientes. 

María tiene el corazón más grande.

María tiene mucho que ofrecer.

María se mueve por la curiosidad.

María pregunta muchas cosas.

María quiere aprenderlo todo.

María necesita comprenderlo todo. 

María observa con detenimiento.

María quiere ser siempre. Y no dejar nunca de ser María.

Pero María ha ido creciendo. Y a María le ha podido el miedo, la duda, la desilusión y la injusticia. María se pregunta dónde quedó esa María valiente que no paraba de enseñar sus dientes al sonreír. Se pregunta dónde dejó las ganas de vestirse con colores alegres y de la forma en la que lo hacía. María se cuestiona cada paso que ha dado desde que dejó de ser una simple niña de pelo oscuro y tez blanca. María quiere volver a ser María, pero no sabe cómo. 

Fue al instituto con sus amigas y amigos del colegio. Nunca se quejó de nada. Ella estudiaba. Le gustaba aprender. Le gustaba saberlo todo, pero más comprenderlo. Quería defender al mundo. Quería ser esa persona que, al mirarse al espejo, sonriera enseñando los dientes y se sintiera tan feliz que no pudiera controlarlo. Ella quería permanecer fuerte, crecer y ser libre. Pero la vida le golpeó fuerte. La vida le mostró la realidad en la que vivía. La vida fue un poco dura, demasiado para una simple adolescente con problemas de adolescente. 
     De vuelta a casa, durante semanas, un coche le seguía. Pasaban por su lado y aminoraban la marcha. Le decían cosas. Ella tenía los cascos puestos escuchando música, y no se percataba que se dirigían a ella. No les hacía caso, porque pensaba que la cosa no iba con ella, obviamente. Pero a los días, se empezó a mosquear. Empezó a sentir ansiedad al ver al coche pasar. Un día de aquellos se quitó uno de los cascos y les preguntó qué querían, y uno de ellos le dijo: Nada, que eres muy guapa, con una voz áspera y oscura. El hombre le sonrió, y ella sintió como un escalofrío le recorría la espalda. Sintió miedo. Se colocó el casco y prosiguió su marcha, cambiando la ruta para llegar a casa. Sentía cómo las lágrimas le recorrían la cara, y se preguntó cuándo había comenzado a llorar. Al llegar a casa se escondió en su habitación, pero aquella voz no dejó de resonar en su cabeza. Y volvió a pasar, más veces de las que pudo recordar. María se estaba perdiendo.


María fue creciendo. Y empezó a vivir experiencias nuevas. Dejó de llevar faldas y tacones para llevar sudaderas y pantalones oscuros. Dejó de pintarse los labios y se empezó a recoger el pelo. Dejó de compartir fotos en sus redes sociales. Dejó de salir y llamar a sus amigos. María dejó de ser María demasiado pronto. 
      Le empezaron a controlar el móvil. Las llamadas y los mensajes. Ella no se daba cuenta, porque estaba enamorada. Le dijeron que la falda de tubo le hacía gorda, cuando ella se miraba y se miraba en el espejo y no se veía así. Pero se pasó al vaquero oscuro y a los pantalones anchos, porque estaba enamorada. Le dijeron que parecía un payaso con su pinta-labios rojo favorito, y dejó de usarlo. Se rieron de ella en su grupo de amigos. Y ella siguió pensando que estaba enamorada de aquel tipo. Dejó de interesarse por las cosas que le gustaban de verdad, dejó de hacerlas porque a él le parecían aburridas, en realidad. Y su esencia salió volando por la ventana.


No estudió lo que quería. Porque ya no sabía lo que hacía. Fue empujada por una oleada de incertidumbre y miedo. Por ese futuro incierto que pintaba las aulas. Dejó de lado su pasión de ayudar, de aprender. Dejó apartado su lado más justo. Se dejó de lado a sí misma. Y se fue perdiendo entre la corriente.
     Empezó a trabajar en verano durante sus estudios universitarios. Y le trataron peor que a la basura, que la meten en un cubo. Se enteró de lo que cobraban sus compañeros varones. Observó su trabajo, el de los otros. No vio diferencia en el día a día, pero sí a fin de mes. Le desconcertaban las miradas. Odiaba que le observaran cómo lo hacían. No comprendía las supuestas bromas. Odiaba aquellos chistes de prostitutas y mujeres en el hogar. No entendía por qué ella no podía dar su opinión. Odiaba que le obligaran a callar. Empezó a desconfiar de la justicia y de la educación. Odiaba tener que asistir a las tutorías para consultar por tercera vez su nota de la evaluación. No le gustaba la forma de hablar de los hombres de su alrededor. Odiaba que se le quitara valor a su trabajo, a sus objetivos y a su vida. No podía entender por qué las mujeres y los hombres, seres con supuestamente los mismos derechos, parecían tan diferentes. María estaba cansada de no ser María. 


Por casualidad se encontró en medio de una clase con personas que se encontraban igual que ella: perdidas. Mujeres que habían dejado de ser ellas mismas. Y tras esa primera clase, tras escuchar aquella palabra, María sonrió. 
     Volvió a aprender algo que valía la pena. Comprendió, solo un poco al principio, el problema que rodeaba a su situación, la situación del mundo. Observó que, aunque intentaran callarle, ella no se estaba rindiendo del todo, porque ella seguía en pie. Aunque había dejado de ser la María de hacía años, seguía siendo mujer. Seguía siendo una persona. A María se le abrió de nuevo el corazón. Se le llenó de ilusión e infinitas ganas. Y, María comenzó a deconstruirse


Empezó a ponerle nombre a lo que sucedía. Comenzó a mirarse en el espejo y verse a ella misma. Cada día le gustaba más aquello que la observaba desde el otro lado. Cada día reconocía más a esa María. 
     Observaba que cuando se le ponía un nombre a las cosas, mejor se comprendían, aunque a muchas personas les escociera. Pero ella sabía la verdad, después de mucho tiempo. Sabía que el camino iba a ser largo, que iba a costar, que iba a ser más duro que lo que había caminado hasta entonces. Era de esperar. Porque lo que ya estaba construido era muy difícil echarlo a bajo. Sabía que sola no podría, pero ahí residía esa cuestión: no estaba sola. Aquella vez no iba sola por la calle, caminaba junto a muchas otras personas, que, al igual que ella, estaban deconstruiyéndose. Veía como amigos y amigas suyas de toda la vida se sumaban a lo que estaba ocurriendo. Y aquello le sentaba muy bien. 


Y, ahora, María vuelve a sonreír enseñando todos sus dientes. María es valiente. María, por fin, vuelve a sentirse libre. María ya es María.





Porque María somos todas. María podría ser Susana, Marta, Anna, Paula, Carmen, Merche, Itziar, y un largo etcétera. 
María somos todas



"I just wanted to be brave, to be myself"

Imagen vía Pinterest.

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