Clumsy

El final desde el principio. Escrito en una servilleta de papel de un bar cualquiera de Madrid. 

Estaba bastante bien escrito. Una fecha. La fecha del final. Lo advertimos, pero caso no le hicimos. ¿Qué íbamos a saber que en realidad íbamos a sentir algo más que lo del principio? Era impredecible, porque somos impredecibles. 

Ser idiota es mi super poder. Desordenar la habitación, y mi cabeza es lo mejor que se me da en esta vida. Y, la verdad, es que no sabía que podía desordenarte a ti también. Porque parecías más lista que yo. Pero parece que mi super poder va más allá de las personas, le dan igual. No pensaba cambiar, ni cambiarte. Pero la intensidad de mi debilidad provoca cicatrices en los demás. Huecos en el interior de las personas que se recubren con el paso del tiempo. No quería desbordarte con mis complejos ni mis historias para no dormir. No quería que te llevara la corriente como a mí. No fue mi intención. Y, al principio, solo estábamos jugando, ¿no? Tú misma lo dijiste: es un juego, vamos a ver cómo sigue la partida. Y a mí me gustó la idea. Una chica divertida que sabía lo que quería en el vida, que le gustaba tal cual era, sin querer cambiarme. No sé. Seguro que también tenías tus cosas, pero las sabías esconder bastante mejor que yo. No te obligué, en ningún momento, a probar lo que yo tomaba. Es más, no quería. Pero insistías.
—¿Por qué no? Quiero probarlo, y no puedes prohibirme nada, ya tenemos una edad... —Me decía con esa sonrisa suya tan extravagante. 
Y claro que no podía decirle que no. Pero, cada vez que se colocaba, una parte de mí moría con ella. Por mi culpa. Por mi estupidez. Me sigo echando la culpa. Si no me hubiera sentado en esa mesa de fuera del bar aquella maldita tarde... quizás ella hubiera conocido a otra persona, quizás, un arquitecto, un empresario, un ingeniero aeroespacial... No sé, alguien que no fuera yo. 

Soy torpe. Idiota. Imbécil. Porque, aquella tarde, la tarde que lo cambió todo, podría haber estado lúcido. Podría, no sé, haberme terminado lo que me quedaba la noche anterior para no haberte dado nada. Para no ir ciegos por aquellas calles desiertas a las cuatro de la mañana. No podía controlarte, eras un alma libre. El alma más libre que pude haber conocido en toda mi vida. Y te vi marchar de la manera más cruel que alguien puede ver marchar a alguien. Las luces eran intensas. Tu risa se incrustó en mi cerebro como una canción pegadiza en pleno verano. Y tu rostro repleto de felicidad me miraba, y, de repente... desapareciste. 

Un autobús chocó contra tu cuerpo. No dejé de mirar en ningún momento. Vi cómo cada centímetro de ti se veía sacudido por un vehículo pesado sin gente. Vi cómo el conductor no apretó al freno a tiempo. Y vi como tu bonita sonrisa no te dejó sola en el momento que más me necesitabas. No lo vi. Estaba mirándote, solo a ti. Y mi sonrisa trajo a las lágrimas que me acompañaron hasta que la policía y la ambulancia llegaron al lugar del accidente. Palabras y miles de palabras entraban y salían hacia mí. Y no entendía nada. No comprendía ni una sola palabra de las que me decían. Solo podía ver una, y otra vez, su cuerpo desmaterializándose frente a mí. Pude ser espectador de su última sonrisa. Y ese iba a ser mi mayor desastre. Mi mayor metedura de pata. Ella. Del bolsillo saqué la servilleta que aún llevaba encima. Vi los números. Esos números que indicaban el día exacto en el que lo nuestro iba a llegar a su fin. Y los ojos se me nublan al ver la fecha de hoy. 

Qué estúpido fui. Y lo sigo siendo. Mi torpeza en la vida arruinando la de las demás. Lo dejo. Dejo todo lo que me recuerda a ti. Quiero mejorar. Quiero dejar lo que me deja sin sentido. Lo que te dejó sin respiración, y lo que me arrebató tu última sonrisa. Pero las imágenes vienen y van al mismo tiempo que necesito lo mismo que me alejó de ti. Va a ser difícil. No sé si lo lograré. No sé si podré vivir con tu muerte sobre mis hombros. Y no quiero olvidarme de ti. 

"Never meant to make you fall with me".

Imagen Pinterest.




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